miércoles, 30 de marzo de 2016

Planificar la transición versus caída libre


Queridos lectores,

Hace un par de semanas recibí un interesante enlace, en el que de modo resumido se transcribe el trabajo desarrollado por Daniel Cohan de la Rice University. En él se explica que desde finales de 2014 se está produciendo una rápida disminución de la contaminación atmosférica en forma de dióxido de azufre (SO2), provocada por el descenso del consumo del carbón en China, y también por la fuerte disminución del tráfico marítimo de los últimos meses. Es posible localizar cuáles son los principales focos de emisión de SO2 en el mundo porque ciertos sensores especializados a bordo del satélite Aura de la NASA nos permiten medir dónde su concentración es mayor en cada momento, y desde hace muchos años se tiene bien localizado que los principales focos de emisión se sitúan en China (debido al alto contenido de azufre de una parte del carbón que allí se quema), más recientemente en la India (debido a su aumento de consumo de carbón) y sobre las principales rutas marítimas del globo (debido a la baja calidad del combustible usado por los grandes cargueros, el cual, por cierto, origina no pocos problemas de corrosión en los motores de estos barcos en plazos de pocos años). Lo interesante del trabajo de Daniel Cohan es que, según parece, el SO2 es un gas que produce un cierto efecto de apantallamiento de la radiación solar. Gracias al SO2, el exceso de calor atrapado en la atmósfera debido a los gases de efecto invernadero no llega totalmente a la superficie y se queda en capas más altas de la atmósfera (un efecto que en inglés se conoce con el nombre de "dimming"). Por ese motivo, en las zonas donde se ha estado emitiendo más SO2 en las últimas décadas no han estado experimentando todo el incremento de temperatura que corresponde al incremento de gases de efecto invernadero, lo cual principalmente ha beneficiado a los países más desarrollados y de forma más general a todo el Hemisferio Norte. Sin embargo, como es natural la circulación atmosférica dispersa rápidamente el SO2, y sin una emisión continúa de éste y otros gases de efecto pantalla el exceso de radiación retenida tiende a ir elevando la temperatura superficial del Hemisferio Norte de una manera abrupta. Ésta sería la razón, concluye Daniel Cohan, por la que llevamos más de un año de temperaturas récord en el Hemisferio Norte y en general en todo el planeta, que ha llevado a que este año haya sido prácticamente "un año sin invierno" en muchos lugares.

Al margen de que aún hay que determinar con exactitud el peso de la disminución del dimming en el incremento de temperaturas observado durante hace más de un año (da peso a esta hipótesis que el presente episodio de incremento de temperaturas empezó unos meses antes del actual fenómeno El Niño de este año, de una especial intensidad) y aceptando en beneficio de la discusión que sigue que el dimming es, en efecto, importante, esta cuestión ilustra de manera elocuente el riesgo de no actuar de una manera reflexiva pero también decidida delante de los graves problemas de sostenibilidad a los que se enfrenta nuestra civilización. Un exceso de contaminación atmosférica es obviamente nocivo para la salud (recordemos que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud una de cada ocho muertes en el planeta son atribuibles a la contaminación del aire); en el caso concreto del SO2, se trata de un gas particularmente dañino porque, aparte de causar problemas respiratorios, al combinarse con el agua origina ácido sulfúrico y por ese motivo las emisiones de SO2 dan lugar a la denominada "lluvia ácida". Sin embargo, este exceso de contaminación estaba apantallando la radiación solar y por ello las temperaturas eran más moderadas; simplemente una reducción de las emisiones de SO2 nos lleva a un punto de calentamiento que es más allá de dónde creíamos estar (y que podría ser la causa por la cual nos encontramos ahora probablemente atravesando uno de los temidos "puntos de inflexión" - tipping points - climáticos). ¿Se debería haber seguido contaminando irreflexivamente para beneficiarse del efecto apantallamiento mientras manteníamos un BAU que no va a ninguna parte? ¿O más bien deberíamos haber aprovechado la afortunada coyuntura para preparanos racional y escalonadamente a un estado menos contaminante y al tiempo menos desestabilizador del sistema climático? No sorprendentemente, y siguiendo con la línea de actuación que caracteriza a nuestra sociedad, no se ha anticipado nada y se ha actuado de manera oscilante, de manera que al final recibimos el perjucio por partida doble, primero como un exceso de contaminación sin un objetivo de viabilidad a largo plazo y después con una aceleración abrupta del calentamiento de la superficie terrestre.

La temeridad de actuar como si no pasase nada, confiando en que todo se arreglará por si sólo gracias a la capacidad autorreguladora del mercado, es también lo que está también llevando a una destrucción acelerada del sector petrolero y con ella minando la viabilidad económica de nuestra civilización. A la previsible (y prevista desde hace años) espiral de destrucción de oferta - destrucción de demanda de petróleo se está añadiendo la total improvisación de nuestro sistema financiero, que está llevando a una caída más precipitada de la producción de petróleo de lo que habría sido de otro modo. Mientras la Agencia Internacional de la Energía comienza a reconocer a regañadientes que la producción de petróleo en los EE.UU. está cayendo debido a la desinversión y que así seguirá por lo menos otros 24 meses, lo previsible en este escenario de colapso de la inversión en nueva producción (reducción que ahora se reconoce que fue del 24% el año pasado y que se espera que sea del 17% éste, aumentando las cifras que se daban hace sólo un mes) es que las caídas de producción de petróleo a escala global serán más grandes de lo que se quiere reconocer, sobre todo a partir del año que viene. El mayor riesgo de este colapso inversor es que la oferta caiga de manera demasiado rápida y se produzca un nuevo pico de precios, dañando rápidamente la economía mundial, agravando la recesión que ya está en marcha y destruyendo aún más demanda, lo que llevaría a una nueva bajada de precio del petróleo y una aceleración de la espiral mencionada más arriba.
 


Los problemas mencionados dependen de muchas variables que tienen escalas temporales más largas que el ciclo de negocios o incluso que el ciclo político, y por tanto requieren una cierta capacidad de análisis y de anticipación. El problema es que tan pronto como se comienza a hablar de "planificación", los acólitos del neoliberalismo comienzan a bramar indignados delante de tamaña herejía. Desde el punto de vista del pensamiento económico imperante hoy en día, se ha de dejar que el mercado regule por sí sólo las necesidades materiales de las personas y otros agentes económicos, sin comprender que no hay ningún motivo para pensar (más bien al contrario) que el mercado sea capaz de regular siempre estos intercambios, sobre todo cuando las "externalidades negativas" tienen escalas tanto espaciales como temporales muy dilatadas (y eso sin contar con que el mercado que defienden en realidad no es libre). Defender que el libre mercado es un buen sistema porque es capaz de autorregularse es una necedad, teniendo en cuenta que es bien conocido en la dinámica de ecosistemas que el colapso es un mecanismo de autorregulación perfectamente natural. En suma, que la autorregulación no es una virtud per se, sino una característica natural no siempre positiva. Por ejemplo, la caída de la producción industrial en Japón y en general su estancamiento económico trae, de manera natural, un incremento de la pequeña delincuencia (a escalas de epidemia) entre los mayores de 60 años, que buscan ir a la cárcel para tener techo, comida y asistencia médica garantizada y que de otro modo no se podrían procurar. Yo no veo entendimiento posible con alguien que considere eso una virtud autorreguladora del libre mercado...



Cuando se habla de planificar el proceso que por fuerza tendremos que seguir durante los próximos años, el de la transición a un mundo con muchos límites y problemas, no se trata de dar carta blanca al intervencionismo (el cual no es intrínsecamente maléfico como defienden los neoliberales pero tampoco necesariamente benéfico, ya que podría comportar excesos). Se trata de estudiar la cuestión seriamente, sin intentar adulterarla con cuestiones espurias ni propaganda interesada, y buscar realmente una vía de salida, que debería ser lo más consensuada posible, pero sin que este consenso le reste efectividad (no valen los acuerdos vacíos de contenido, de lo cual la COOP 21 en París ha sido un buen ejemplo). Hay que conseguir que los actores económicos relevantes abandonen su habitual actitud irracional, no fundamentada: no pueden negarse, simplemente, a considerar la evidencia, construyendo excusas ad hoc para considerar que los problemas descritos simplemente no pasan, pagando para ello campañas de relaciones públicas y ejércitos de trolls que viven de intoxicar las redes sociales. No pueden por más tiempo rehuir el problema, para evitar enfrentarse a lo que más temen: la aceptación de que lo que llaman libre mercado simplemente no funciona cuando estamos hablando del futuro de la Humanidad y de la Civilización.


¿Nos sentamos a hablarlo?
Salu2,
AMT

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