Queridos lectores:
En vista del curso de los acontecimientos que se están sucediendo a escala global, inauguro con este post lo que me temo que acabará siendo una serie de ellos, con capítulos de regularidad seguramente arbitraria y que se irán extendiendo a lo largo de los próximos años. La temática de todos estos posts será ir haciendo un retrato de los procesos que van a llevar a nuestra sociedad al proceso irreversible de descenso energético y material que sabíamos que era inevitable por razones geológicas, pero que probablemente se va a ver acelerado en algunos momentos por las decisiones políticas. Para mi es muy difícil decir si acelerar el proceso de descenso energético y material es algo bueno o malo: por un lado, es positivo por la disminución de los problemas ambientales y porque deja disponibles recursos que pueden hacer más y mejor falta después; pero por el otro, acelerar el descenso va a comportar problemas sociales muy graves que si no son bien gestionados pueden acabar siendo peores aún, incluso causar el colapso de algunas sociedades. A este complejo proceso, en el que nos moveremos entre el colapso y la adaptación, es a lo que he denominado (a falta de mejor ingenio a estas horas del día) La Caída.
Pero vayamos con las cuestiones del momento.
La atención de los medios de comunicación occidentales está centrada en los nuevos aranceles que acaba de aprobar la administración Trump. Aranceles para los que Trump y los suyos han buscado grotescas e inverosímiles explicaciones, pero la realidad de los cuales es mucho más prosaica, como de hecho ha quedado claro en algunas declaraciones de miembros de su gabinete: el objetivo es reducir el déficit comercial de los EE.UU., idealmente hasta que sea cero. Es por eso que los aranceles son diferentes para cada país o región, ya que son proporcionales al déficit comercial que los EE.UU. tienen con cada uno de ellos si éste supera el 10%, y para los que están por debajo les impone un arancel mínimo del 10% (incluso a los países con los que tiene superávit). Hay algunas excepciones curiosas a estos aranceles universales, la más notable la de Rusia, con la excusa de que las sanciones aún en vigor han reducido el comercio estadounidense con los rusos a prácticamente cero - un ejercicio de hipocresía que muestra una vez más cómo Trump ha llegado a un acuerdo de mutua comprensión con Putin. Es también notable que en este cálculo se fijan solo en bienes tangibles, excluyendo los servicios, ya que estos últimos arrojan una balanza positiva para los EE.UU. y diluirían los aranceles calculados.
Los efectos de esta aplicación universal de aranceles no se han hecho esperar. EE.UU. es el mayor importador (y también el segundo mayor exportador) de mercancías del mundo, por un valor de 3,2 billones de dólares el año 2024. Una cifra más que considerable, dado que el comercio mundial representa unos 33 billones de dólares, de los cuales unos 24 billones son importaciones de bienes tangibles. Por tanto, las importaciones de los Estados Unidos representan el 13% de todas las importaciones del mundo, y por eso mismo el impacto de estos aranceles universales por ese país va a tener un efecto devastador sobre la economía mundial. Algunos analistas apuntan a unas pérdidas en el comercio de alrededor de 1,6 billones de dólares, que es aproximadamente el superávit comercial global; pero es demasiado pronto para saber con certeza el efecto final, porque obviamente a los aranceles impuestos por EE.UU. habrá una respuesta de magnitud similar por parte de los países afectados.
De manera inmediata, aparte de hundir las bolsas, los aranceles van a provocar una gran inflación en los EE.UU., por lo menos en los bienes de importación, y por diversos efectos dicha inflación podría contagiarse al resto del mundo. Al tiempo, va a producirse un descenso generalizado de la actividad económica en todo el mundo, y eso va a llevar a una considerable reducción del consumo de materias primas y, por tanto, caídas notables en el precio de las mismas y particularmente en el de la energía (como se está viendo ahora mismo con la caída del precio del petróleo). Sin embargo, la carestía de los bienes de consumo y la más que probable desinversión en nuevos yacimientos (o inclusive en mantenimiento de los actuales) van a originar que la producción de petróleo y otras materias primas que están empezando sus curvas de descenso (uranio, cobre, plata) aceleren su caída productiva. Eso quiere decir que en un plazo de unos meses, un par de años a lo sumo, lo que vamos a ver es lo contrario: que el precio de las materias primas repuntará con fuerza.
El objetivo para nada disimulado de estos aranceles que ha implantado Donald Trump es conseguir la relocalización en tierras estadounidenses de las fábricas que marcharon hacia la China y otros lugares con mano de obra más barata. Lo cual, como han señalado algunos analistas, es un poco absurdo, no solo por el tema de la competitividad económica, sino porque los EE.UU. pretenden ser una potencia exportadora y al mismo tiempo mantener al dólar como divisa de reserva (esto es, como moneda de uso obligatorio en todo el planeta para la adquisición de algunos bienes, como por ejemplo el petróleo). Obviamente, hacer las dos cosas a la vez es claramente contradictorio: si los EE.UU. tuvieran superávit comercial, eso querría decir que sus compradores tendrían que gastar sus dólares para comprar los bienes americanos y por tanto no lo tendrían para la adquisición de materias primas que se denominan en dólares. Para los EE.UU., que el dólar sea moneda de reserva les beneficia porque les permite financiar sus déficits (simplemente imprimiendo más) y exportar la inflación. Pero el coste de esos privilegios es la desindustrialización y un déficit constante en la balanza comercial. A la administración Trump le preocupa sobre todo lo primero, porque hace su país más dependiente del exterior y con menos empleos de media y baja cualificación para mantener empleada a la masa de su clase media.
¿Cómo cuadrar entonces el círculo de querer reindustrializarse y al tiempo conservar el privilegio de contar con la divisa de reserva? La administración Trump ya ha pensado en eso también, pues son conscientes de la contradicción en términos: según dicen, estarían dispuestos a rebajar los aranceles si los beneficios comerciales de los otros países se utilizan en inversiones productivas en los EE.UU. Es una solución perfecta para los EE.UU., pero desgraciadamente desde el punto de vista del resto del mundo rima bastante bien con extorsión.
Obviamente el plan de Trump puede fracasar ya que tiene enormes riesgos, entre otros que la nueva situación fuerce a los BRICS a acelerar su plan de establecer una divisa comercial alternativa, y también que el comercio mundial se reconfigure dejando bastante al margen a los EE.UU. Por lo pronto, eso sí, el Día de la Liberación Económica norteamericano nos envía a una recesión económica de caballo a nivel mundial. En la desorientada Europa, la combinación de la imposición americana con el inmoral y desnortado plan de rearme puede ser económicamente mortal. Europa corre un riesgo existencial y podría acabar disgregándose por culpa de la agitación social que puede emerger en medio de este caos. De esta caída. De La Caída.
Muchas otras cosas están teniendo lugar, al margen de las maquinaciones y evoluciones de Trump y los suyos. En este momento hay una profunda crisis de combustibles que está afectando a América Latina y a África. ¿La razón? La dificultad de mantener la producción de diésel, como sabemos. A la espera de la nueva edición del tradicional post sobre el pico del diésel, he tomado los datos de la Joint Oil Data Initiative y replicado la gráfica de los valores mensuales de diésel y gasoil producido por las refinerías del mundo (a partir de abril de 2023 no hay datos de Rusia, así que uso como valor constante 1,7 millones de barriles diarios para ese país, que está en la franja alta de variación de su producción en los últimos años). La gráfica resultante (hasta diciembre de 2024) es la siguiente:
Como pueden comprobar, después del bache de la COVID la gráfica recupera la tendencia decreciente que comenzó ya en 2018, con fuertes variaciones mensuales pero con un comportamiento tendencial fuertemente decreciente, situándose en la actualidad alrededor de un 12% por debajo de los máximo de producción del período meseta que se extendió de 2015 a 2017. Este faltante de diésel no se está distribuyendo homogéneamente entre todos los países del planeta, y así, mientas en la UE no falta diésel, su escasez es particularmente aguda ahora mismo en Bolivia, y en ese país está afectando gravemente al transporte por carretera y a la minería, y en última instancia a la producción y distribución de alimentos: los problemas de desabastecimiento son tan graves en ciertos departamentos que han llevado a muchas personas a emigrar a Perú. No solo es Bolivia: los problemas de carestía e incluso escasez de van repitiendo por toda la región, con mayor o menor intensidad: Colombia, Venezuela, Cuba e incluso en algunos momentos en Argentina. El problema también es bastante grave y generalizado en África: Nigeria, Níger, Sudáfrica, Malawi, Zambia, Mozambique... En muchos casos, la escasez de combustible se ve acompañada con cortes del suministro eléctrico, por el recurso que se hace en algunos países a la electricidad generada consumiendo diésel y fueloil. Por si todo lo anterior fuera poco, la recurrencia de eventos extremos, con intensidades y frecuencias de repetición nunca antes vistas, está asolando medio mundo y exacerbando la penuria de zonas ya afectadas por los otros problemas (por ejemplo, las lluvias torrenciales en Bolivia). Rara es la semana en la que no se produce un gran evento de ámbito regional, desde la cadena de tornados que sacude en este momento los estados centrales de EE.UU. o las inundaciones récord en el centro del país, hasta las olas de calor (en Brasil o en Rusia, por ejemplo), pasando por la formación de borrascas completamente anómalas. Ahora mismo, por ejemplo, el vórtice polar amenaza con desplazarse a Europa Oriental y podría matar a los árboles que están comenzando su floración primaveral. El clima está entrando en una situación caótica, mientras la temperatura media del planeta no baja de los +1,7ºC con respecto a la media preindustrial. Pero nadie habla de este caos, ya que todo la atención está centrada en las decisiones de unos pocos hombres al otro lado del Atlántico. De hecho, muchas de estas otras noticias, que pueden desencadenar procesos de escasez que marcarán los próximos años, están pasando completamente desapercibidos. Y, lo que es peor, no se toman medidas efectivas para adaptarnos a ellos o mitigarlos.
La gran ironía de la situación actual es que el plan arancelario de Trump, con su efecto devastador sobre el comercio mundial, va a originar sin duda una disminución de la degradación ambiental, comenzando por una reducción del consumo de combustibles fósiles. Ésas son las paradojas de La Caída.
En todo caso, prepárense, porque las próximas semanas y meses prometen ser moviditos. Nos veremos por aquí.
Salu2.
AMT